Picadito de mitad de año

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La evidencia indica que esto se convirtió en un semesblog, así que ahora que entramos en la parte menguante del año y que todos están con los ojos en el televisor, considero oportuno resucitar con algunas impresiones recientes y no tanto sobre lugares que visité y cosas que comí en estos seis meses.

1. Síntesis. Un restaurante pequeñito, sin pretensiones aparentes en términos de decoración, que de afuera no invita especialmente a entrar, y que es sin embargo uno de los mejores lugares donde comí últimamente. La carta aúna tradiciones japonesas y chinas; hay un menú degustación de $180 que se puede compartir como entrada (es lo que hicimos) y completar con un plato principal (hay pescados, cerdo rebozado en panko, curry japonés). Hay también sushi y ramen con o sin carnes. Una carta de vinos tal vez un poco corta, pero no soy experta, y aunque no me fijé en las cervezas que había, pienso que para acompañar este tipo de comida son una buena opción. Los platitos de la degustación (bastoncitos de cerdo rebozados acompañados de una salsita medio cítrica; unas gyozas espectaculares en una salsa dulzona con fuerte aroma pero suave sabor a ajo; unas láminas de tofu de sabor muy tenue acompañadas de brotes; sopita de miso; unos rolls crocantes, calientes, coronados por una suerte de reinvención cremosa del tartare de salmón, entre otras cosas), son todos pequeños momentos de intenso placer, con sabores sutiles pero muy presentes que se integran bien. Nada de soja y punto, aquí parece haber trabajo de elaboración e investigación con los sabores, las texturas y las temperaturas. Como plato principal probamos un pescado agridulce que fue una verdadera revelación. Muy balanceado y al mismo tiempo intenso, con la acidez justa, acompañado de cebolla y morrón y el infaltable arroz blanco. El postre que probamos, que venía con la degustación, fue un helado de jengibre picante y fresco, muy rico. Un lugar para tener en cuenta, sencillo en apariencia pero lleno de sorpresas, y donde además se hace culto al buen servicio. Volveremos. Le doy 4/5 julinarios.

elefantenunbazar.wordpress.com2. Birkin. Este café abrió hace relativamente poco en uno de los locales de ese megamonstruo inmobiliario que construyeron en cinco minutos al lado del Palacio de los patos, en la zona del Botánico, bajo el nombre —fíjense qué elegante— de Palacio Bellini. Es un café minúsculo, primo hermano en algunos detalles de Aldo’s, donde sirven un excelente, excelente café. Verdaderamente notable, porque ni el servicio ni la clientela preparan —aparte del evidente dinero invertido en locación y cosmética— para ese extracto denso, corpulento, cremoso, lleno de carácter y ningún resabio de quemazón que es su café. La vez que fui probé una torta bastante olvidable. Hay que ir por el café, lo demás no interesa. Pero el café lo vale todo. Le doy 3.5/5 julinarios.

elefantenunbazar.wordpress.com3. Ninina Bakery. Ya que estamos con el café, vamos por más. Ninina es un emprendimiento indudablemente serio, sofisticado, en un lote enorme de Palermo. Una barra mostrador de mármol que es una gloria; algunas mesas comunitarias y otras para solitarios; estanterías; heladeras llenas de cosas para ver; en fin, la lección bien aprendida de esos cafés neoyorquinos/parisinos/londinenses que tanto nos gusta ver en los blogs del primer mundo. Pero ay, el café no es tan bueno, por más latte art que le hagan con la leche espumosa. Debería probarlo de nuevo, pero el que tomé cuando fui estaba aguado, lavado, una pena. Y el budín de cilantro y coco que pedí, a un precio yo diría exagerado para sus magros 4×4 cm (aunque venían tres pedacitos), estaba reseco y no tenía ninguna gracia. ¿Volvería? Sí, claro, el lugar es precioso. Pero estudiaría más de cerca las opciones comestibles, que son muchas, para distinguir la paja del trigo, y tal vez no pediría café. Y no iría en fin de semana, porque está lleno de gente y casi no se puede hablar de tanto ruido. Le doy 2.5/5 julinarios.

4. Antares (San Telmo). De este antro tengo la impresión más reciente porque fui hace muy poco, contra todo pronóstico, a cenar. Acepto la objeción: ¿a quién se le ocurre ir a cenar a un bar cervecero un día de semana a la noche? Bueno, a mí. Y cuando lo abrieron a principio de año en este barrio abandonado, levantando a nuevo un edificio que se caía a pedazos, quise conocerlo y de hecho me fue muy bien: comimos algo así como un bife y una hamburguesa que estaban muy decentes de precio y de sabor, y como la cerveza es buena todo me pareció razonable. Ayer, por el contrario, tuve una revelación: no hay que ir a cenar a Antares. Si trabajás en una oficina y tenés una barra de amigos y te queda cerca y ese es tu tipo de lugar, hay que ir a tomar cerveza y comer papas fritas y nunca, nunca jamás pedir algo así como «papa rota ahumada» cuando te preguntan con qué querés acompañar el goulash porque se les acabaron los spätzle. Nunca jamás, porque apenas probás la papa rota ahumada aterrizás en la obviedad de que no, detrás de la barra no hay una parrilla con brasas donde se cocina tu papa al rescoldo, sino que el ahumado es pura y esencialmente humo líquido y que encima, seguramente por la deficiente iluminación del lugar y los remixes de temas de los años 90 a todo volumen, se abusa de ese producto en la guarnición conocida como papa rota ahumada, con el resultado, en palabras de mi marido, de que la papa sabe a balín de aire comprimido, o mejor dicho a la mezcla de aceite y pseudo pólvora de un balín de aire comprimido. Say no more.

elefantenunbazar.wordpress.com5. Confit. Llegamos a este restaurante de pura casualidad, básicamente porque nos adosamos como sanguijuelas a la cena romántica que unos amigos tenían planificada para su viernes. Pésimo, sí, pero fue un descubrimiento interesante. Confit es, según nos contaron, la reencarnación de un restaurante anterior, L’École, donde se probaban en los fuegos los estudiantes de una escuela de cocineros. Ahora desconozco si la propuesta es la misma (creo que no), pero el lugar conserva un aura francesa en la carta, con algunas cosas un poco más italianizantes, en un salón mediano hacia el frente y gigante hacia el fondo, donde se abre un patio techado, de paredes cubiertas de mayólicas, al que valdría la pena explotar mejor con algunas lucecitas más. El servicio es muy bueno y la panera también. Hay un menú nocturno de tres pasos a $150, si recuerdo bien, y una carta con varias opciones de pastas, carnes y risotti con guarniciones muy clásicas, casi conservadoras. En cuanto a la comida en sí, diría que si uno no se arriesga demasiado está en terreno firme. Lamentablemente, yo pedí un risotto de hongos que no estaba en su punto y aburría después de algunos bocados. Pero Salva optó por unos ñoquis rellenos que estaban impecables, bien corpulentos y generosos en relleno, levemente dulzones, muy buenos. Los otros platos, una carne y otro risotto, al parecer no fueron especialmente memorables. Los postres, en cambio, excelentes. Los precios son relativamente normales dentro de la anormalidad general que implica gastar en un plato lo mismo que en un libro. Pero esa es una discusión diferente y mucho más larga. ¿Volveríamos? Quizá, si la noche nos agarra de nuevo por ahí. Le doy 3/5 julinarios.

elefantenunbazar.wordpress.com6. Amorinda. Ubicado en el local de una antigua ferretería, de la que se conserva una enorme estantería amurada a la pared y ahora pintada de blanco como todo el resto del lugar, este restaurante es el paraíso del amante de las pastas fatte in casa. La carta consiste en eso: pastas y más pastas, en variadas preparaciones, rellenos y salsas. Las porciones son enormes y los precios bastante elevados, pero se pueden pedir medias porciones que son más que suficientes para una persona normal, y al menos cuando yo fui trajeron como entrada unas berenjenitas con aceitunas, bocconcini y tomatitos muy interesante. ¿Qué probamos? Unas cintas al nero di seppia con trozos de abadejo que estaban maravillosas, aun cuando no igualaran a los spaghetti con tinta de calamar que comí en un puestito de Venecia y que, realmente, teñían los dientes de negro y quedaron en mi memoria como objeto A. Estas de Amorinda estaban de todos modos muy buenas, la pasta en su punto justísimo, ni muy blanda ni dura. Salva pidió otra pasta con albondiguitas de cerdo, un platazo gigantesco, jugoso, entretenido. Al final vino a vernos la cocinera en persona, Flavia Pittella, que luego me enteré tiene una doble vida como especialista en literatura inglesa. My kind of person, definitivamente. Volveremos, sí. Le doy 4/5 julinarios.

Y eso es todo. ¡Hasta diciembre!

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